Las Hojas Muertas.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Faros


Siempre me han llamado la atención los faros, esas enormes moles solitarias aguantando el oleaje, guiando a los barcos en medio de las tormentas, iluminando con su haz de luz la noche ora estrellada, ora completamente negra. El faro da sensación de seguridad, siempre erguidos vigilando desde las alturas, de refugio como ese manto protector bajo el cual los marinos se pueden cobijar dejando a un lado el temor a ser lanzado contra las rocas por el mar siempre traicionero.
Pero estas construcciones tan fuertes, tan robustas, que nos regalan su presencia de colores alegres en cualquier punto de la costa, que iluminan con su luz intermitente el alborozo de los niños para los que su luz allá a lo lejos es un milagro y los besos de los enamorados; que permanece fiel a los marineros que ya lo utilizan cada vez menos gracias a los modernos sistemas de navegación me producen una gran tristeza. Por encima de su poderío, su robustez, su luminosidad está su soledad.
El faro quizás debido a esa fortaleza indestructible que aguanta olas, marejadas y tempestades, o tal vez por representar la visión romántica y valiente del mar, por mostrar la imagen de protección solitaria frente a todos los peligros, me hace recordar a esas personas que también parecen fuertes e independientes a las que todo el mundo de su entorno acude a pedir consejo, protección, una palabra de aliento o de cariño, y que luego precisamente por eso por su probada fortaleza ante las adversidades no reciben una mano amiga en sus momentos difíciles. Y ahí tenemos al hombre o a la mujer optimista, alegre, siempre con una sonrisa a mano para aquellos a quien quiere, y solo en medio del mar embravecido, como el faro.
Quizás por eso esas preciosas moles como estas envidiables personas siempre me han llevado a una gran contradicción, una atracción irresistible por su belleza, por su resistencia ante la adversidad, y una tristeza inmensa por su irremediable soledad.

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